Tras la última rueda de prensa de nuestro nuevo Ministro de Justicia, de la que algún nmedio, de una forma algo atrevida, ha extraido que los recien licenciados que acaben sus etudios en 2012 y 2013 (del antiguo plan de estudios, es decir, el anterior a Bolonia, en el que no existe ya la licenatura sino el "grado en derecho") no tendrán que hacer el "master en abogacía" para poder acceder a los respectivos colegios de abogados, se ha vuelto a generar la polémica sobre la necesidad o no de este requisito administrativo (véase EXPANSIÓN), y al fin al cabo, sobre la formación de los futuros juristas.Y dejando, de momento al margen la cuestión anteriormente apuntada, hasta que tengamos más información al respecto, hoy queremos hacernos eco de una entrada del blog del profesor Sanchez Calero en la cual, tomando como punto de partida un interesantísimo artículo de Arturo Leyte publicado en el diaro El País (El territorio de la humanidades), hacía una reflexiones de gran valor sobre la necesaria formación humanística de los juristas pues desempeñan una labor muy importante en el Estado democrático y de derecho. Como es sabido, nada resulta más molesto a un tirano que un "ilustadro", así no lo ha enseñado la história. Y por supuesto, hacemos propias la conclusiones de Sánchez Calero y del filósofo Arturo Leyte.
Uno no deja de sentir cierto ánimo, cuando ve en los programas oficiales de algunas universidades (de grado en Derecho) que se siguen impartiendo asignaturas como História del Derecho, Derecho Romano, Teoría del Derecho, Antropología o Doctrina Social), pero sin embargo, a nuestro juicio la labor debe comenzar antes de la universidad. El pensamiento humanista implica la transmisión y descubrimiento de los valores esenciales y la crítica de aquello que se aleja de ellos, labor para la cual, es necesario que el hombre no solamente tenga conocimiento técnico de la materias, sino capacidad discursiva y reflexiva. Al fin y al cabo, la labor del docente universitario no puede ceñirse a la transmisión de una materia, sino a formar y entrenar al alumno en el denominado "trabajo intelectural" (saber pensar, dicurrir, argumentar y tener espíritu crítico), y ello, como consecuencia del dominio en el arte de leer y escribir, tal y como defendía el filosofo francés Jean Guitton. No hay nada que pueda suplir este tipo de conocimiento, y la ausencia del mismo, puede ser una lacra muy peligrosa para la sociedad.
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